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sábado, 1 de agosto de 2015

Marinero, con un sol por sirena

Imaginó un cielo anegado de estrellas
Donde el sol pudiera atravesar su irónico armazón,
un guerrero de mareas que jugaba sin timón,
con una popa llena de sueños.
En aquella nube de algodón por barco
Pompas de jabón por espontáneas nubes,
Soñador, marinero sin rumbo,
Que dejaste de seguir tu Norte
Para perderte en un Sur clandestino
Dicen que fue aquel ángel, o aquella sirena,
Aquel nenúfar o espejismo etéreo,
Tal vez aquella estrella blanca
Que relumbraba sin luz ni sol alguno.
Aquel pálido lucero
Que al contacto con el cielo
Su muerte resultaría su único consuelo.
Tú, marinero, guerrillero de quimeras
Que tantas luchas libraste en el firmamento,
Ni tu escudo pudo parar
La luz narcótica de aquel remoto astro
Que te pidió la luz de tus días
Que te pidió oscuridad eterna,
Que sin sol tu vida era una condena
Que sin ella, ni fuego ni mar sería suficiente
Para calmar la ausencia eterna.
Foto: Marina Eiro

29 julio, sin nada a babor.

Silvia Martínez

jueves, 21 de mayo de 2015

Mensaje sin botella

Sorteaba obstáculos en un camino infinito donde la nebulosidad crecía sin detrimento, unos pies cansados que fingían un extraña tranquilidad, un incierto sosiego. Sonrisas que tal vez resultaban caricaturas maquiavélicas que maquillaban un universo cada vez más dantesco, futuro que sin pasado no lograba más que convertirse en un cuento con final funesto. Horas que parecían horas, segundos que parecían días, un amor que se consumía entre nuestros dedos, lo que tanto fuimos, lo que nada íbamos siendo.

Miro al cielo en busca de consuelo, de una luz que iluminara aquella vereda donde el rumbo se había perdido entre los recuerdos. Miro al cielo buscando estrellas, o una estrella. Miro al cielo para impedir que mis lágrimas cayeran al suelo. Miro al cielo. Vuelvo a mirar al cielo sin consuelo. Tal vez mi mirada ya perdida en aquel satírico cielo solo se tropezaba con nubes de falso terciopelo, con estrellas lacerantes que burlaban mi demacrada existencia, luceros ilusorios que llenaban de polvo sin clemencia aquellos ojos llenos de amargas lágrimas.

Sigue caminando torpe soñadora, vuelve a mirar atrás una y otra vez, recupera tu aliento en alguna de esas presuntuosas historias de amor perfecto. Corren tiempos más que difíciles para los soñadores, como decía Amelie con su sonrisa sarcástica ausente del mundo. Me deje llevar... Dejé que Él me guiara, que aguantara este vacilante sufrimiento junto a mí, porque después del dolor siempre vendría la alegría, como tantas veces me enseñaste en tu Sepulcro, Señor.

Y puede que fuera así, o tal vez solo se trató de cambiar de Cruz, pero una Cruz que iluminaba mi camino, que me ayudaba a rodear aquellas piedras cuidadosamente colocadas. O tal vez una Luz, una estrella que cambiaba el color de mis días, que bajo tu fe nos unía, o tal vez Tú nos uniste entorno a ti. Si las casualidades existieran podría haber sido una, pero si nunca noté tu mano providente en mi corazón entregado, esta vez aquellas manos me sostenían junto a alguien, junto al que todo cambiaría, junto al que nada volvería a ser todo, junto al que dos corazones latirían en Tu nombre.

Unas líneas llenas de energía, aquellas palabras que irradiaban despegando las nubes de aquel cielo malogrado, mensaje que sin botella flotaba en un mar de ilusiones que rápidas llegaron a una orilla que la esperaba con anhelo, con la incertidumbre de si la marea volvería a llevarse aquellos versos ocultos, aquellos deseos escondidos en unas palabras que tímidamente se colaban en un corazón marchito que comenzaba su fotosíntesis sin demora, con miedos, con imprudencia tal vez, con una locura en la que mis dedos clementes solo querían saber un poco más, unas letras más, tan solo un poco de luz para este Calvario.

Días que buscaban aquellas horas que parecían segundos, aquellas voces que se encontraban en un mismo lugar para confesarse sin palabras la necesidad imperante de caminar juntos. Una ruta sin destino, con aquellos muros con los que chocábamos una vez tras otra, saltando para ver la luz que había al otro lado, para imaginar los ojos de aquella mirada desconocida, para dibujar la sonrisa en el aire de aquel que comenzaba a ser una parte de mi, que resultaba ser la parte de mi yo más desconocido. Buscaba en mis sueños poner rostro a aquella voz embriagadora, aquellos sonidos que como dulces melodías cada noche me mecían en una maravillosa quimera que me seducía, me atrapaba en aquella telaraña que íbamos tejiendo con nuestros miedos, nuestros sueños y coincidencias.

Y entonces bajo aquella Cruz nos miramos, y desde ese preciso momento, o tal vez precioso, nada sería suficiente, todo sería poco, un para siempre que se quedaba pequeño entre aquellas dos miradas que se unieron ante ti Señor, cómplice de una extraña providencia que comenzaba a pesar sobre nuestros hombros, dos extraños que no podían soltarse. Caminaríamos junto a Él, le acompañaríamos en su Calvario con su Cruz, con la nuestra, de la mano, juntos a sus manos que nos sostenían ahora de aquella manera tan especial. Sufriríamos junto a ti que nos uniste, a ti mi Señor a quien nada más puedo pedir que tu fortaleza, aquella que tras cada caída te hizo levantar. Quiero que seas mi Veronica y limpies mis lágrimas desesperantes, tú que siempre me protegiste desde aquella urna de labrada madera, tú que en el silencio de la noche tantas veces me abrazaste con tu serenidad rezumante, tú que soportaste un desierto vacío e incierto, soportarías en tus manos, donde ya estaba colocada con miedo, un amor que aun era imperfecto.