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sábado, 1 de agosto de 2015

Marinero, con un sol por sirena

Imaginó un cielo anegado de estrellas
Donde el sol pudiera atravesar su irónico armazón,
un guerrero de mareas que jugaba sin timón,
con una popa llena de sueños.
En aquella nube de algodón por barco
Pompas de jabón por espontáneas nubes,
Soñador, marinero sin rumbo,
Que dejaste de seguir tu Norte
Para perderte en un Sur clandestino
Dicen que fue aquel ángel, o aquella sirena,
Aquel nenúfar o espejismo etéreo,
Tal vez aquella estrella blanca
Que relumbraba sin luz ni sol alguno.
Aquel pálido lucero
Que al contacto con el cielo
Su muerte resultaría su único consuelo.
Tú, marinero, guerrillero de quimeras
Que tantas luchas libraste en el firmamento,
Ni tu escudo pudo parar
La luz narcótica de aquel remoto astro
Que te pidió la luz de tus días
Que te pidió oscuridad eterna,
Que sin sol tu vida era una condena
Que sin ella, ni fuego ni mar sería suficiente
Para calmar la ausencia eterna.
Foto: Marina Eiro

29 julio, sin nada a babor.

Silvia Martínez

jueves, 21 de mayo de 2015

Mensaje sin botella

Sorteaba obstáculos en un camino infinito donde la nebulosidad crecía sin detrimento, unos pies cansados que fingían un extraña tranquilidad, un incierto sosiego. Sonrisas que tal vez resultaban caricaturas maquiavélicas que maquillaban un universo cada vez más dantesco, futuro que sin pasado no lograba más que convertirse en un cuento con final funesto. Horas que parecían horas, segundos que parecían días, un amor que se consumía entre nuestros dedos, lo que tanto fuimos, lo que nada íbamos siendo.

Miro al cielo en busca de consuelo, de una luz que iluminara aquella vereda donde el rumbo se había perdido entre los recuerdos. Miro al cielo buscando estrellas, o una estrella. Miro al cielo para impedir que mis lágrimas cayeran al suelo. Miro al cielo. Vuelvo a mirar al cielo sin consuelo. Tal vez mi mirada ya perdida en aquel satírico cielo solo se tropezaba con nubes de falso terciopelo, con estrellas lacerantes que burlaban mi demacrada existencia, luceros ilusorios que llenaban de polvo sin clemencia aquellos ojos llenos de amargas lágrimas.

Sigue caminando torpe soñadora, vuelve a mirar atrás una y otra vez, recupera tu aliento en alguna de esas presuntuosas historias de amor perfecto. Corren tiempos más que difíciles para los soñadores, como decía Amelie con su sonrisa sarcástica ausente del mundo. Me deje llevar... Dejé que Él me guiara, que aguantara este vacilante sufrimiento junto a mí, porque después del dolor siempre vendría la alegría, como tantas veces me enseñaste en tu Sepulcro, Señor.

Y puede que fuera así, o tal vez solo se trató de cambiar de Cruz, pero una Cruz que iluminaba mi camino, que me ayudaba a rodear aquellas piedras cuidadosamente colocadas. O tal vez una Luz, una estrella que cambiaba el color de mis días, que bajo tu fe nos unía, o tal vez Tú nos uniste entorno a ti. Si las casualidades existieran podría haber sido una, pero si nunca noté tu mano providente en mi corazón entregado, esta vez aquellas manos me sostenían junto a alguien, junto al que todo cambiaría, junto al que nada volvería a ser todo, junto al que dos corazones latirían en Tu nombre.

Unas líneas llenas de energía, aquellas palabras que irradiaban despegando las nubes de aquel cielo malogrado, mensaje que sin botella flotaba en un mar de ilusiones que rápidas llegaron a una orilla que la esperaba con anhelo, con la incertidumbre de si la marea volvería a llevarse aquellos versos ocultos, aquellos deseos escondidos en unas palabras que tímidamente se colaban en un corazón marchito que comenzaba su fotosíntesis sin demora, con miedos, con imprudencia tal vez, con una locura en la que mis dedos clementes solo querían saber un poco más, unas letras más, tan solo un poco de luz para este Calvario.

Días que buscaban aquellas horas que parecían segundos, aquellas voces que se encontraban en un mismo lugar para confesarse sin palabras la necesidad imperante de caminar juntos. Una ruta sin destino, con aquellos muros con los que chocábamos una vez tras otra, saltando para ver la luz que había al otro lado, para imaginar los ojos de aquella mirada desconocida, para dibujar la sonrisa en el aire de aquel que comenzaba a ser una parte de mi, que resultaba ser la parte de mi yo más desconocido. Buscaba en mis sueños poner rostro a aquella voz embriagadora, aquellos sonidos que como dulces melodías cada noche me mecían en una maravillosa quimera que me seducía, me atrapaba en aquella telaraña que íbamos tejiendo con nuestros miedos, nuestros sueños y coincidencias.

Y entonces bajo aquella Cruz nos miramos, y desde ese preciso momento, o tal vez precioso, nada sería suficiente, todo sería poco, un para siempre que se quedaba pequeño entre aquellas dos miradas que se unieron ante ti Señor, cómplice de una extraña providencia que comenzaba a pesar sobre nuestros hombros, dos extraños que no podían soltarse. Caminaríamos junto a Él, le acompañaríamos en su Calvario con su Cruz, con la nuestra, de la mano, juntos a sus manos que nos sostenían ahora de aquella manera tan especial. Sufriríamos junto a ti que nos uniste, a ti mi Señor a quien nada más puedo pedir que tu fortaleza, aquella que tras cada caída te hizo levantar. Quiero que seas mi Veronica y limpies mis lágrimas desesperantes, tú que siempre me protegiste desde aquella urna de labrada madera, tú que en el silencio de la noche tantas veces me abrazaste con tu serenidad rezumante, tú que soportaste un desierto vacío e incierto, soportarías en tus manos, donde ya estaba colocada con miedo, un amor que aun era imperfecto.






sábado, 1 de noviembre de 2014

Aún no he vuelto...

Una semana. Ya pasó una semana y no consigo volver de ese viaje. Rebatiría a esas voces que dicen, parece que fue ayer,… no logró comprenderlo, yo aún no he vuelto.  Emprendimos ese viaje con una maleta llena de miedos e incertidumbre, kilómetros que nos separaban de un lugar donde tal vez nos sintiéramos extraños, donde nuestra experiencia se sentía insegura y exaltada. Marcha Real y unas pocas oraciones a Nuestra Madre, sirvieron para caminar hacia aquel lugar que tanta expectación nos creaba, que durante tantas tardes y noches habíamos imaginado, aquel sitio que sin saberlo, nos cambiaría todo.

Estaciones pero sin penitencia, me hicieron ver que no había vuelta atrás, debíamos unir nuestros alientos y una vez más, ser uno. Ojos expectantes e inquietos que lucubraban, jugaban a fantasear qué encontrarían allí. Era bonito imaginar, era bonito recuperar la ilusión antes manchada de pánico. Díez, cinco,…un kilometro, Cartagena. En la recepción de aquel hotel se agolpaban los jóvenes procedentes de tan diversos lugares, preciosa estampa que guardo en mi recuerdo. De pronto, los nervios no fueron solo los nuestros, comenzaron a disiparse con el grupo que aguardaba en esa entrada, que al igual que nosotros, no sabían que llegarían a encontrarse, no sabían que tan solo dos días pudieran ser tan grandes.



Prisas en un desayuno que nos recordaba a cualquier día de Semana Santa antes de salir en una procesión, esta vez sin hábito, pero con al ánimo de acercar lo que somos a todos los jóvenes que allí se fueran a reunir. Mesas llenas de estampas y videos, posters y sonrisas, muchas sonrisas que todos compartían si pedir nada cambio, solo querían conocerse, solo querían intercambiar esa pasión que vive con ellos cada día.

Aquellos coloquios preparados por la organización estuvieron repletos de una veteranía que hablaba con voz propia, un momento de reflexión y formación que se fundía con el silencio atento de la sala, tan solo vulnerado por algunos aplausos espontáneos al jerezano que alentaban a acercarnos sin miedo, sin máscaras, a ser partícipes de esa enorme familia que nos uníamos en torno a Él, éramos Iglesia. Una familia humilde y trabajadora, que se entregaba en cada oración, llena de cirineos que cargábamos cada día con tu Cruz Redentora.



Todos nos buscábamos en las palabras de aquellos ponentes, todos intentábamos hacerlas nuestras. Pronto caí en la cuenta de que, como el seminarista murciano, en cierta manera todos habíamos recibido una vocación desde la Semana Santa, vocaciones destinadas a servirte de una u otra forma, todas ellas, luz del mundo. Y es que, esa luz pronto empezó a aparecer entre los participantes, comenzaba a ver como su brillo crecía en cada uno de ellos, se fundían con la de desconocidos para iluminar con más fuerza, Tu Palabra cobraba fuerza, Tu Gracia los cautivó.

Te cuento esto, Padre, porque tú me pusiste aquí, en esta mesa compartida frente a cientos de jóvenes, esperando mi turno, intentando evaporar mis miedos entre las miradas de atención de los chicos. Meses de preparación que veían con extrema lejanía lo que había llegado. Despistada por segundos recordaba como había llegado allí, recordaba la confianza puesta en mí por tantas personas, añoraba a mi padre que, a kilómetros de distancia, me recordaba que debía compartir su sueño, ya nuestro sueño. Imaginaba también a mi madre seguramente rezándote y pidiéndote que me empujarás, pero que me cuidarás desde cerca. Otros de los míos estaban sentados en la tercera fila, cuchicheaban con preocupación sin que supieran que los observaba, pero cuando su mirada se mezclaba con la mía me enviaban una sonrisa nerviosa de apoyo, todo irá bien Silvia. Mi maestro me guiaba desde el anfiteatro de la sala, me hablaba con su mirada recordándome que mi momento había llegado, era la hora de poner voces a esos ocho, de coger un micro extraño para compartir todo lo que había llevado en mi maleta, repartir toda mi ilusión y poca experiencia con cada uno de ellos, con un poco de suerte, llegaría para todos.

Siendo franca no recuerdo aquella intervención, tampoco los minutos que le siguieron, solo recuerdo aquel patio lleno de abrazos vehementes, sus besos colmados de gritos de agradecimiento, un orgullo que inundaba las miradas de los chicos de Palencia, ellos también habían estado en aquel estrado, no solo entre aquellos papeles y aquellas fotos, ellos me habían iluminado con su fuerza, ellos ya eran Luz. Una sonrisa incrédula se tatuó en mi rostro, caminaba conmigo por las calles de la ciudad romana, en cada paso, en cada encuentro cariñoso, en cada felicitación sin nombre,… Tal vez ellos te vieron en mí, tal vez ellos cogieron un poco de Tu Luz que ahora brillaba con tanta fuerza en mis adentros.

Cánticos y palmas en una comida que nos unía fervientemente, alegría de compartir nuestro entusiasmo, deseo de parar aquel instante como en esos retratos que se hacían con frecuencia. Intercambio, comunicación,… aquellas palabras que me repetían desde días atrás, cobraban un sentido especial junto a ellos, ya echándoles de menos sin haberme ido. Observantes de aquellas imágenes que nuestros hermanos californios nos enseñaban, abriéndonos las puertas de su casa con generosidad, lugar donde pude verte después de una mañana tan repleta de experiencias, tenía tanto que contarte.

Pero es que realmente, aun nos quedaba mucho por vivir, había llegado el momento de compartirlo contigo, Tú que fuiste capaz de unirnos a todos alrededor de tu mesa en un ambiente íntimo y especial, recogimiento que me recordaba al Sepulcro saliendo de la seo palentina. Incienso que aunaba los colores de nuestras medallas para estar en cada uno de nosotros de una forma tan sencilla provocándome lágrimas de emoción, de agradecimiento por poder estar compartiendo aquella Eucaristía entre hermanos, Padre, entre los que serán amigos.

Pronto llenos de júbilo, llenos de ti, compartimos aquella cena. Aquella imagen la guardaré durante muchos años, esas inmensas mesas llenas de personas que sin conocerse hablaban, compartían su trocito de Semana Santa entre platos, intentando enamorar al hermano que tuvieran de frente como si de un tonteo quinceañero se tratara. Porque estábamos viviendo la prueba más fehaciente de que “el amor mataba al egoísmo” como diría al día siguiente el Obispo de San Sebastian en la clausura del Encuentro.

No podría cerrar mi pequeña maleta, me volvía a Palencia llena de regalos a cada cual más especial, metí cada una de sus risas, guardé la devoción de sus imágenes en cada una de esas estampas junto a la ilusión de sus miradas. Los miedos habían dejado espacio en mi maleta, pero no el suficiente para tantas ofrendas altruistas, para tantas propuestas valientes, para toda aquella Luz que iluminaría nuestro viaje hasta casa deseando de que Sevilla nos acogiera pronto, dándote gracias por ser testimonio de este Encuentro, por poner tus dones en nuestras manos, consiguiendo que ese gancho nos atrapara en una aventura tan preciosa.



Gracias a todos, jóvenes californios, jóvenes cofrades participantes en el Encuentro, compañeros y hermanos. Gracias a mis chicos, por compartir este sueño conmigo. Gracias Padre, por darme tanto sin merecerlo y convertirme en una Luz en tu camino.


miércoles, 2 de julio de 2014

Hoy he decidido...

Hoy he decidido dejar de respirar, dejar de sentir el compás de mis latidos al unísono de mis suspiros. He decidido probar suerte, echar un pulso a la cara afable de mi desgracia. Hoy he decidido dejar de sonreír, terminar con las forzadas muecas de mi rostro, esas que reflejan una felicidad irreal, es hora de mostrar la tez albina de mi catastrófico cosmos. Hoy he decidido dejar de caminar, parar los pasos que se mueven sin fuerza, tan solo guiados por la monotonía del viento, pasos burlados por las señales que me desorientan, altos en el camino para recuperar una respiración cargada de recuerdos lacerantes. Hoy he decidido dejar de pestañear, no volver a abrir mis ojos al mundo, resguardarme en la oscuridad de mis sueños, alimentándoles con la fuerza de mis deseos, sueños que pintan una vida quimérica, donde la mágica inocencia de mi ser se siente diferente, como una muñeca rota que pasea por nubes de plástico, nubes que esperan y me recogen, me protegen y construyen una realidad demasiado imperfecta. Hoy he decidido dejar de escuchar...de escucharte, empezar a disfrutar del silencio de mis sentimientos, olvidar tus palabras mudas, tus te quietos nunca dichos, no quiero oír tus versos inconexos que lanzas como puñales contra mi alma, sonidos, letras,... ficticio puzzle de piezas perdidas, piezas hipotéticas, finales ilusorios que no somos capaces de ordenar, ni tú ni yo pudimos arreglar nuestro desordenado universo que se reta con el sordo destino que hoy tampoco quiso escuchar nuestras miradas. Hoy he decidido dejar de soñar, dejar de vivir con tus latidos, dejar de mirar desde tus ojos, dejar de fantasear con un mundo que solo se mueve con la fuerza de nuestros besos.


Hoy he decidido dejar de quererte.



¿Acaso se puede vivir sin respirar? ¿Se puede dejar de sonreír cuando tus ojos atraviesan mi mirada? ¿Se puede tal vez dejar de correr hacia ti con pasos lentos, cuando el viento comienza a trazar tu silueta? ¿Se puede dejar de escuchar tus palabras que son poesía para esta loca bibliófila?



Vuelvo al mismo lugar donde te vi la última vez, vuelvo a prometerme de nuevo que dejaré de quererte, como una margarita que se desoja pétalo a pétalo, y al terminar otra nueva comienza la cadena interminable, donde ni ella decida, ni yo decido... donde nuestros destinos son idénticos, una destrucción sin decisión.

martes, 3 de junio de 2014

Un día cualquiera

Puede ser que me encontrarse sentada en la arena, con un frío que entumecía todo mi cuerpo lentamente, donde mis pies lograban sentir el calor de una tierra en calma tras el agitado momento que esa inmensidad había dejado sobre ella, agua que iba y venía, que dejaba su estela dentro de aquellos miserables granos de arena que vivían a la espera de repetir ese recuerdo, recuerdo que anhelaban porque fuera eterno.

Mi voz en cambio, en silencio gritaba fuerte al horizonte donde tal vez desde allí tú pudieras oírme, donde aquel azulado amalgama terminaba por perderse. No me preguntes cómo llegué aquí, tampoco yo lo sé. Tampoco es hora de sentenciar el momento, déjame elegir hoy el destino de nuestros pasos, diferentes y separados que se unirán en estas líneas, como la arena de esta playa se une con su piélago amado, cómo un recuerdo que se hace verdad.

Acompáñame, venga… levántate de tu escondite y ven a buscarme, desde aquí no logro devolverte mi mirada suplicante. Estoy harta de imaginarte en las nubes algodonadas que traviesas forman tu silueta en el cielo, un cuerpo sin rostro, tu rostro, que sin conocerlo, deseo. Hoy quiero dejar de soñar con tu voz cálida que me suspira cada noche, dejar de ser una sombra que vaguea por ventura en esta playa solitaria. 

La brisa me llama desde la orilla, seduce mis piernas que comienzan a elevar mi cuerpo. Pero tú, en cambio, permaneces inmóvil. Logro atisbar tus ligeros movimientos, brazos que se balancean buscando un motivo, aquellos que imagino bordeando mis hombros afanosos de tu piel; manos que recorres por tu pelo lisonjeando mis entrañas, esas mismas que histéricas se remueven al sentir tu cabello rozando mi nariz achatada. Resoplas con desaliento, ¿qué le puede preocupar a una talla inerte ajena de sentimientos? El viento embustero trae tus suspiros hasta mis oídos, ese atronador ruido que anuncia una marea de sentimientos. El agua llegará sobre mis pies y se reencontrará con la arena aun húmeda que espera su llegada, en cambio tú sigues inerte, solo, sin percatarte de mi espera agonizante.

Mis pequeños pasos me acercan hasta la orilla, pies acompasados con las pequeñas gotas autárquicas que nacen del cielo abrumado. Una, dos, tres… gotas que siento como golpes pesados, notándolas sobre mi pelo, otras desplomándose irritadas sobre la arena, gotas que crean un murmullo constante que ciega mis oídos desdichados que dejan de imaginar las palabras que no dices. El goteo perseverante seduce a la arena con esmero, moja su cuerpo, burla su deseo. Una, dos, tres… dejad de recordarme la soledad de mi abatimiento.

Malditas, no lograréis mojar mis sueños, no humedeceréis mis adentros, lluvia leve que moldeas despacio mis pies con la arena, formando un cuerpo indisoluble, dos cuerpos desesperados que se unen, suspirando por lo que no llega, ni tú ni la marea.

Pero mis pies continúan el camino hacia la orilla junto a esta tormenta silenciosa que intenta acallar mi anhelo, que dibuja sobre mis brazos retazos de mis sueños. Orvallo latente que llenas mi ilusión como un vaso agrietado, gotas que como espejos sobre mis dedos, parecen mirarme con ánimo de aliento, pícaras gotas que ahora besáis mis besos, tocáis mis manos como fantasía de lo que podrían ser tus dedos, lográndome cubrir en lo que deseo como tu abrazo eterno.

¿Por qué no te dejas llevar por las gotas perseverantes de esta bonita tormenta que han salido a buscarnos, que han escapado de las nubes para unirnos en leves caricias como la lluvia suave de este mágico momento? Te llevaría conmigo solo si tú te dejarás llevar… tal vez nunca te he visto tan lejos pero nunca te sentí tan dentro. No logró sostenerme sobre mis pies, cuerpo que quiere moverme hacia ninguna parte, busca a alguien que sea como nadie…

Sin embargo, las vastas huellas marcan mi pista, la que te dejo con ayuda de las gotas que escoltan mi camino, porque aunque seré yo quien te vaya a buscar, te dejaré este surco pintado sobre la orilla para que nunca puedas perderte. Sí, no te hagas el impávido, voy a buscarte desprendida de mis miedos absurdos, con ánimo de despertar a esa estatua que vislumbro en el horizonte, un horizonte cada vez más cubierto de nubes que forman un dosel gigantesco. A lo lejos, no más lejos que tú, las gotas parecen ser los confetis que celebran mi decisión, que cae entusiasmadas sobre el mar, formando aplausos que logran hacer vibrar hasta los pasos de este reencuentro. 

Valiente e insensata, no se quién soy, pero tampoco quién eres, solo sé que no quiero estar un minuto más parada esperando, tampoco  un solo segundo sin ir a tu encuentro,… Lluvia, arena, mar, nubes,… moldead mi destino, formad la historia de dos animales que andaban a jugar a encontrarse.

Un frío repentino recorre mi cuerpo hasta erizar todo el bello de mi cuerpo, momento que mi estúpido ingenio lo convierte en fantasías de tus manos sobre mi cuerpo, deteniendo mi trayecto… Engreída soñadora, sigue caminando mientras caes al vacío sin tener nada que perder. Sigue caminando, da un paso más, el ritmo marcado de la lluvia te ampara. Sigue caminando, no mires atrás, la soledad te sigue de cerca, apuntando tu nuca con su cruel fatalidad. Sigue caminado, es momento de echar a correr sin saber dónde poder llegar con unos pies que sacuden con vehemencia la orilla del mar, que junto a esta llovizna consiguen que la espuma manche mis dedos, sintiéndola como pequeñas caricias. Sigue caminando. Sigo buscándote.
Este sueño se alarga como la distancia que nos separa, se oscurece aun más el momento, el sol escondido entre las nubes ha desaparecido, la noche empieza a llegar a esta playa sin estrellas, solo con lluvia fina. ¿Por qué no te das la vuelta y coges mi mano? Quiero invitarte a bailar sobre este manto de algodones impregnados de gotas imperfectas, quiero besarte bajo este decorado mágico que la naturaleza nos ha preparado con esmero. Lluvia débil que remueves mis sentidos, que rozas mi rostro con delicadeza, que calmas mi tristeza. Levántate y baila conmigo, sigue mis pies sincronizados con la brisa, ¿no es una locura danzar en el silencio de la noche, entre la lluvia continua, entre la arena que cómplice nos ayuda a perder el miedo? Nadie conseguirá detenernos, nada separa nuestros cuerpos ahora ya entrelazados, juntos compartiendo un frío que se vuelve ardiente al aproximar mi boca a tu boca. Pasemos a dar forma a este sueño, dejando que las gotas mojen cada instante, cada gota que te cambio por un beso, cada una por un secreto, todas sobre nuestros cuerpos, que ahora ya danzan sin temor, que han perdido la noción del tiempo. Miradas que se detienen, que se funden como aquellas nubes grises que tenemos sobre nosotros, ellas forman un cielo, nosotros un mundo. Alarguemos este baile sin música, permanezcamos aquí sin pensar en nada más, dos chicos inquietos que ya no buscan excusas, que solo disfrutan del momento que no existe, instante que se desvanecerá y se irá para siempre junto a la tormenta. 

Ya no te volveré a ver más, todo se terminará tras esta lluvia de momentos, cubrámonos de una lluvia débil, esta lluvia que tanto me gusta sentir a tu lado, una lluvia de besos que convierte dos cuerpos en un solo elemento. Solo hay que bailar un poco más, solo acércate, acércate más… solo bésame. ¿No lo oyes? ¿Acaso no escuchas la sinfonía de nuestras respiraciones nerviosas y entrecortadas? ¿Acaso no escuchas las hechiceras gotas caer celebrando nuestro encuentro?

Tú, en cambio te sueltas de mi mano. Tú, sin embargo, nunca llegaste a cogérmela. Nunca llegaste hasta esta pista de baile. Sigues inmóvil. Mientras yo creo un mundo de sueños, te veo como comienzas a mirar al cielo, sonríes a la lluvia que suavemente moja tu pelo agitado, ignoras que te observo. Las olas enojadas te han anunciado mi presencia, pero tú sigues siendo un cuerpo inerte. 

Miro hacia atrás, con miedo pero con esperanza de verte correr hacia mi, pero solo mis pasos son los que siguen mi camino, en esta orilla interminable donde dejo este surco lleno de pasión, lleno de dolor. ¿Sabrás reconocer mis pasos marcados sobre la arena? Tal vez un día quieras bailar bajo la lluvia suave, solo sigue ese surco… la espuma de las olas, las gotas de la playa, la arena melancólica, harán que me encuentres.

Yo prometo no parar de caminar, te seguiré buscando, esperando a que te des la vuelta y tu mirada salga corriendo hacia la mía, ese hipotético día en el que este sueño no sea nunca más un engaño. Ese día en el que tu debilidad se entregue en una sonrisa eterna, donde la mirada que no has visto comience a ser una droga infinita. Ojos que no quieren ver, no saben leer aún. Oídos que no escuchan mis gritos de desesperación, que aún no puede oír el mundo que creé con la lluvia para ti… Solo cuando llegue ese momento… solo entonces… escucharás junto a mí la lluvia débil, escucharás los mensajes que te lancé con gotas, momento que desearemos que no cese nunca, tan solo suplicaremos que nos funda para siempre, que comienza la marea impetuosa de nuestros sentimientos. Ese día seguiré buscándote, ese día seguiré esperándote para invitarte a bailar.


Tal vez un día...

Un día cualquiera…

Un día de esos que hay lluvia débil...


Un día de esos que tanto te gustan.

lunes, 19 de mayo de 2014

Completos desconocidos...


Otra mañana que naufragio en mis sueños, otra mañana donde noto tu respiración sobre mi pelo, te noto sin tocarte, te tengo sin verte, cierro mis ojos, veo los tuyos... Corro para alcanzar tus pasos pero el viento te empuja demasiado fuerte y mis palabras se pierden entre esa maldita distancia. No sé quién eres tú, solo sé que quiero amanecer cada mañana a tu lado. Déjame buscarte y decirte todo lo que está pasando, entrar un segundo sin pedir permiso, sentarme contigo sin ti. Solo déjame tocar las palmas de tu mano, notar tus dedos de verdad, dejar de imaginarlos surcando mi piel. Déjame robarte una mirada, déjame solo estar frente a ti, verte como en mis sueños donde te dejas llevar por mi, donde surcamos tierras desconocidas, donde nadie es alguien, donde somos animales sin control, llenos de besos, llenos de nostalgia, seguros de lo incierto, conquistando tierras bajo un mismo cuerpo...  


domingo, 22 de diciembre de 2013

Regreso a la Navidad

Normalmente llegadas estas fechas, la gente hace una valoración de lo que ha sido el año que dejan atrás, buenos y malos momentos sumergen en una copa de champán, deseos para un año que esta por llegar que colocan dentro de sus zapatos bajo el árbol de Navidad.

Pero hoy mis recuerdos han viajado demasiado, como Christopher Lloyd en su De Lorean me he sumergido en el pasado para revivirlo de nuevo. Preparados, listos, ya! Al llegar parece una Navidad más, aún no se de qué año se trata. Entro en el salón, mi madre estrena el mantel navideño que aún coloca cada año, está impecable, blanco con uno motivos navideños rojizos por todo el contorno, la vajilla está reluciente, se respira una ilusión virgen, como que fuera la primera Nochebuena juntos. En el sillón está ella, sentada esperando la hora de cenar, a pesar de ser las 7 de la tarde, año tras año, como de costumbre se anticipa demasiado a la hora de la cena, pero de este modo a la abuela la dará tiempo a poner un poco nerviosa a mamá y sobre todo, mirar el belén para buscar al Niño Dios. Reconozco que es una labor titánica, nuestro niño es muy chiquitín para las dimensiones del Belén. La abuela lo coge y lo mira con lástima intentando reconocer en ese trocito de barro una figura del belén, levanta la vista y dice: Os voy a comprar un niño nuevo!

De pronto suena esa música tan familiar y como no, papá junto al tocadiscos (mi padre con su tocadiscos siempre ha ido el tío más feliz del mundo), es el único día del año que le pone en marcha, el aparto sufre los achaques de la edad, pero con la maña que le caracteriza, siempre logra que los villancicos acaben sonando. Ahí está ese vinilo octogenario, mi hermano me mira buscando consuelo, los Pedroches. Algunos tal vez no sabréis de que grupo se trata, pero esos son los villancicos de mi infancia que siempre me han provocado un extraño sentimiento amor-odio, es raro escuchar a unos cordobeses en plena Castilla pero entre risas, Ángel y yo siempre acabamos cantando algunos versos...

Son las diez, mamá comienza a sacar multitud de platos a la mesa, comienza el contrarreloj Martínez, disponemos de una hora y media para comer primeros y segundos, postres y turrón, copa de champán y felicitaciones varias. El abuelo sabe que pese al entrenamiento anual, no logrará objetivos, la abuela lleva siendo la campeona los últimos 12 años, implacable! Capaz de comer y hablar a la vez, ambas cosas a una velocidad espectacular. 

El frío de esa noche es un frío especial, salimos con el tiempo justo para ir a Misa, pero vamos buscando la estrella que nos guíe hasta Santa Marina, El Niño ya ha nacido y en mi familia hay ganas de celebrarlo, ganas de cantar villancicos, de adorar al niño, a poder ser el negrito. Y de pronto, ese frío se convierte en un calor de hogar, la hoguera en la plaza, todos alrededor con un pequeño vaso de vino y unas pastas. No tengo hambre, pero es imposible no comer nada, el momento lo pide, hay mucho que celebrar, la gente se acerca a felicitarte. Miro para atrás y no veo a mi hermano, espera, tampoco a mi abuelo... Han ido a ver si Papa Noel ha llegado! El pobre abuelo siempre a prisas, la comida, la salida de misa... Pero Ángel es El Niño de sus ojos, lo llevaría a Laponia si hiciera falta. Mis abuelas en cambio se cogen del brazo, mientras visualizan los polvorones y turrones que les están esperando, el dulce y ellas es algo indisociable. Al llegar a casa, Ángel corre hacia mi para traerme el regalo que Papá ha dejado para mí, me emocionó al ver su cara de ilusión que nos contagia al instante a todos los presentes. Mi abuelo le mira orgulloso, recordando las veces que le llevaba a pasear a la estación de trenes en la su silla de palillos para que viera los trenes.
 
Papá decide encender los diversos apartados acuáticos que tiene en el Belén, su pasión belenística siempre ha prometido, llego a hacer una tabla especial para poner encima de los muebles del salón, y cada año nos subía al monte a recoger un poco de eso que no se debe coger ya...(los que ponéis belenes ya me entendéis xD). Papá el belén, mamá el árbol y decoraciones varias, blanco y dorado, azul y plata, rojo y dorado... Siempre a la moda, este año se lleva el dorado Silvia! Pero al dirigirme a la puerta veo que hay algo con lo que la moda no ha acabado, el calcetín de la puerta! Está lleno de chocolatinas, Papá Noel es todo un detallista y conoce mis gustos por los cigarrillos y los paraguas de chocolate, que con suerte no llegarán a mañana.
 
Enciendo una vela de la entrada, para que no se olviden que estuve allí, seguro que cuando regresé habrá una encendida por la abuela, para que no nos olvidemos que ella sigue allí.
 
El Niño Dios había nacido esa noche y había vuelto un año más a nuestra casa para llenarla de alegría y de esperanza, nos había vuelto a unir en una misa mesa, en la que siempre será fácil recordar los buenos momentos que pasamos en ella. Mi tiempo en el pasado comienza a agotarse, pero quiero escuchar un Villancico más junto a todos ellos, un poco más de ese calor tan especial que transmite mi casa esa noche.
 
 
Deseo que todos vosotros paséis unas felices fiestas, que cojáis vuestros recuerdos navideños y los convirtáis en un presente en estos días.