Hoy te he visto y ya no te reconozco. No sé si has cambiado tu pelo, si tal vez tu maquillaje sea diferente. En tu mirada escondes algo. Intentas engañarme diciéndome que todo va bien. Las dos sabemos que no es así aunque estemos en diferente posición del espejo.
Tu ilusión es como una marea, que la Luna maneja a su antojo. Sube y baja. Has vuelto a caer en ese pozo, ahí donde no necesitas el oxígeno para vivir, ahí donde te alimentas de tus sueños, ahí donde las paredes rosas y la luz artificial te ayudan a sobrevivir.
Pero temes. Tiemblas al pensar que tu universo se hace pequeño, y cuanto más minimizado, más intenso. Tu miedo te ayuda a volar entre tu imaginación. Pesadillas que se escriben en tu cabeza, sonrisas que se dibujan en tu cara cuando abres tus ojos a tu subjetiva realidad.
¿Qué fueron de tus lágrimas? Las escondes en tu cajita de secretos, pero sin perderla de vista. Tienes demasiadas, pero no permitirías derrocharlas una vez más.
Eres como una yonki en busca de su dósis. Si no la tienes, la inventas. Eres consciente de tu vanidad. No te des la vuelta. Camina estilizando tu figura, somos pocos los que vemos tu caparazón inexorable.
Eres débil, pero feliz.
Tus sueños querrías gritar. No puedes controlar tus ganas de saltar. Muerdes tus labios para no sonreir, pero has vuelto a fallar.
Un momento. Estás viendo la piedra con la que ya tropezaste. Aún esta lejos, ¿te dará tiempo a reaccionar? Esta vez no quieres caer, coge de la mano a tus temores bien fuerte y pasa de largo.
Ahora. Esa palabra no hace más que repetirse en tu cabeza. Ese mecanismo de autoconvencimiento te agota, pero tienes que seguir intentandolo.
Y ahora bien, apartate del espejo embustera, ¿lo ves como no estabas bien? Vives alocadamente está felicidad creada. Disfruta de está sensación con la misma ilusión de aquel día. Es algo tan incontrolable como tu respiración, tan espontáneo como tus pestañeos. Feliz viaje de ida.